Infancia.
Cuando era pequeña, me quedaba las noches en vela. Imaginando, jugando y creando historias.
A veces dibujaba en la pared del lado derecho de mi cama,
mientras, me preguntaba si otros niños también hacían lo mismo o si yo era la única...
...sí, lo preguntaba.
Durante varios minutos, me gustaba crear formas con mis manos. Lograba verlas gracias a la luz que se escurría ligeramente hasta mi habitación. Rombos, pirámides, corazones, aves, árboles...
Hay juguetes que recuerdo, bien sea por sus colores o por su peculiar forma. Como la "bola loca de Megatrix" que vibraba y era de color naranja y amarillo.
O una muñeca que decía "Te quiero" en todos los idiomas.
O un piano que fue regalo de mi tía Encarna en el que sonaba una pieza de música clásica que me hacía llorar y que nunca he conseguido recordar con exactitud. Fue uno de los primeros síntomas que tuve de saber que la música me conmovía.
O una oveja con la que hablaba, hasta que oí que mis padres tenían cierta preocupación porque pudiese estar siendo un amigo imaginario.
O un Psyduck que me quitaron en el recreo del colegio.
Los vasos de leche con Cola-Cao antes de ir a clase, o esas coletas de pelo con sus tirones pertinentes.
Recuerdo un pijama calentito con motivos navideños que me encantaba y con el que dormía muy cómoda.
Recuerdo un conjunto con fresas de falda y camiseta precioso.
Recuerdo unas botas rojas que hicieron que me llamaran "Shere la pija" en el colegio, pero que eran increíbles.
Recuerdo algunos coleteros que tenían un león, una gallina y un caballito.
Recuerdo tener el pelo por las orejas y no la melena de ahora.
Recuerdo tener una colección de Barbies y entre ellas mi preferida, la dentista a la que podías mover todas las extremidades que quisieras.
Lo recuerdo con añoranza y cariño.
Y también me pregunto...
...sí, me pregunto.
ShZ.
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