HOGAR.


Algunas de mis cosas, mis libros, agenda, gafas, cremas y figuritas.

Resulta reconfortante volver a estar en casa. Un hogar siempre es un buen lugar donde volver, aunque a veces es complicado. Cuando estoy aquí en verano lo único que veo es a mis padres sin parar de trabajar y aunque me están saliendo pruebas, me invade una sensación de culpabilidad que no sé expresar bien.

Me duele pensar en todo lo que tienen que hacer para mantener ciertas cosas. Al fin y al cabo, si lo pienso, mi padre lleva encerrado en un cubículo rodeado de ludópatas más de la mitad de su vida. Y me da pena verlo, día tras día, misma rutina, misma obligación. Eso es lo único que conocen. 

Antes pensaba en consumir y vivir para ello ¿sabéis a qué me refiero? Sí, como Nana Komatsu en Nana, recuerdo un episodio en el que ella expresa sus deseos materiales; una casa bonita con jardín, mucha ropa, comodidades a tutiplén...

Ahora solo pienso en poder tener tranquilidad y poder ayudar a los demás, quiero enseñar. Bien es cierto que esto implica estabilidad monetaria, pero yo solo quiero vivir de mi trabajo y tener salud, mucha salud.

Una caja de Romeo y Julieta que compré en Barcelona.

Mis pinturas.
Y la tranquilidad es volver a los orígenes, siempre ha sido así. Mi mantra absoluto es el arte. Dibujar, tocar el violín, fotografiar, escribir o leer son las cosas con las que dejo de pensar automáticamente. Necesitan tanto de mí que les doy tanta alma que no me queda mente.

Estas cosas y la gente de mi alrededor, han ido haciendo que poco a poco me plantee preguntas. Y he acabado pensando que por muchas ideas que tenga en la cabeza, si se quedan ahí, no volarán nunca si no les doy forma.

Ya es hora de dejar de tener miedo.

Ya es hora de mostrar lo que tengo, lo que hago y lo que escribo.

Porque el arte no sirve de nada si se encierra, hay que enseñarlo y regalarlo.

Tiene que ser así, porque si no, no lo lograré nunca.

ShZ.

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