CUENTO DEL AIRE


(ESCRITO EN 2013)



Hubo una vez una fresca y apacible ventisca, dedicaba a vagar por regiones de amplia natura, aportando oxígeno a todos los seres vivos que aparecían en su ruta. Un buen día, se topó en su camino con un pequeño pueblo de humildes cabañitas y agradables lugareños, y decidió quedarse allí para convivir en armonía con la gente que habitaba en la aldea. 

Al principio, el viento hacía que el pueblo respirara aire puro. A cambio, este cuidaba de él sembrando flores en el campo, velando por sus animales y respetando las horas de sol y noche. El pueblo le ofrecía al aire todo lo que estuviera en su mano para que se mantuviera agradecido, formalizando una especie de trueque pacífico. 


Pero a medida que el tiempo pasaba, el pueblo comenzaba a crecer y sus habitantes eran cada vez más numerosos. Se instalaron fábricas y se crearon máquinas para el autoabastecimiento, lo que provocó que  el aire empezase a contaminarse.

El elemento imploraba menos nivel de polución y advirtió al pueblo de que si seguía contaminándolo, tendría que tomar la decisión de marcharse. A pesar de las advertencias, seguían construyendo edificios, coches y fábricas que provocaban daños al aire puro que lo envolvía, hasta que este decidió irse lejos. Debido a esto, el pueblo comenzó a ahogarse y partió rápidamente en busca del aire. Al encontrarlo, le suplicó que volviera. El aire sabía que se había contaminado por culpa de los habitantes, pero aún así, volvió de nuevo con la única condición de que no se cometiese el mismo error. 

A pesar de que el aire decidió volver tras la insistencia, cuando regresó ya no quedaban flores, plantas o árboles. No había ninguna razón por la que quedarse. Así que se arrepintió enseguida y volvió a marcharse. 

El antiguo pueblo (ya convertido en una gran ciudad) volvió a reclamar al aire, pidiéndole que volviese y que se quedase para siempre. Para ello, le prometió demoler edificios y plantar flores para que todo fuera tan hermoso como al principio. El aire ya no tenía más paciencia y advirtió que si tuviera que marcharse de nuevo -a pesar de haber vuelto las anteriores veces- esta vez no volvería jamás. La ciudad aceptó desesperadamente. 

Todo empezó a cambiar y se eliminó cualquier cosa que pudiese dañar el vínculo de esta relación. La ciudad pretendía volver a ser el antiguo pueblo que había sido en un pasado, pero el aire se encontraba demasiado desgastado y empezó a impacientarse demandando más flores, más árboles y más huertos. Menos fábricas, menos chimeneas y menos edificios. El pueblo intentaba darle todo lo que pedía pero nada parecía ser suficiente. Exigían espera, paciencia y templanza para ir poco a poco. 


Finalmente, el aire -cansado de esperar y advertir- volvió a abandonar el pueblo, pero esta vez ya no quería ser buscado y prometió que desaparecería para siempre por haber tolerado demasiado. Para cuando el pueblo empezó a tomarse en serio las advertencias del aire, ya fue demasiado tarde, porque el aire ya no volvería jamás.

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