TE QUIERO PORQUE ME DAS DE COMER (CRÍTICA)

Te quiero porque me das de comer es esa extraña correlación entre una ducha fría y un quemazón de agua hirviendo. Es un torrente de ironía y miseria con pequeños resquicios de risa tonta. David Llorente escribe sobre la hipocresía humana desde la ironía narrativa, recurriendo a esos clichés insertados a fuego en la sociedad: las prostitutas rumanas, el cura pederasta, los gitanos ladrones, el marica, la banda de ¿rock? de Carabanchel... 

"La tristeza y la melancolía siempre (alguna vez) acaban estando presentes en la vida de las personas: el problema es cuando estos sentimientos se vuelven patológicos: es el momento de los interminables periodos de tristeza, de la incapacidad de afrontar el día, el momento de llorar y llorar como única higiene del alma." (Pág. 68)

El autor (o el narrador de miserias) escribe desde la no censura y eso hace que esta novela sea tan cautivadora y el perfume de sus letras tan embriagador. Este genio de la narración coloquial, describe desde el carácter informativo, recurriendo a la enumeración de dársenas, minutos, lugares y películas que sitúan la obra en un espacio-tiempo determinado.

Llorente engancha al lector con su estilo tan diferente y parecido al mismo tiempo, que siempre resulta ser una sola cosa: originalísimo. Te quiero porque me das de comer está escrito como una conversación en clave de pregunta-respuesta.

Sentimental Colloquy - Salvador Dalí (1944)
Encontramos violaciones, vejaciones, asesinatos y todo tipo de actos abominables descritos en tan solo cuatro frases. Más de una vez apartamos la mirada del libro (borramos la imagen que acabamos de imaginar) y proseguimos (con valentía) nuestra lectura.

"Marcelo Saravia se acercó a ella y se la quitó de las manos: no la mató: le aplastó la cara contra el mostrador y la violó por el culo con el cañón de la escopeta (le habría gustado disparar, pero el Árabe no habría aprobado esa actuación: necesitaba dinero, no un cadáver" (Pág 126)

De forma habitual, el drama está abarrotado de elementos que resultan divertidos. No sabemos cuándo ni por qué, pero encontramos pequeños espacios para unas cuantas risotadas. Estos elementos se aferran a la novela negra y nos provocan un vaivén de sensaciones entre el desahogo y la culpabilidad.

"Los alumnos del I. B. Sebastián Oller crearon un perfil que no podía fallar: se llamaba Rocco Bíceps 25 cm: subieron la foto del hermano de uno de ellos que hacía culturismo: dice de sí mismo que más grande que sus músculos o su polla es su corazón". "Eran hombres anchos, musculosos, jadeantes, con la misma mirada que los criminales (alejados del crimen gracias al trabajo dentro del gimnasio)". (Pág. 125)

"Las bandas que chapotean en el fango nunca sueñan con el éxito ni con el dinero ni con la posteridad: apenas si saben manejar los equipos que comprar en el Rastro: lo único que les importa es encontrar (gratis) un local para ensayar (un garaje, una trastienda, un piso vacío, un almacén), cerrar la puerta (aislarse del mundo), encender los amplificadores, coger los instrumentos y hacer ruido, mucho, mucho, mucho ruido: y gritar, abrir mucho la boca y gritar hasta que se te raje la garganta. ¿Y las letras? ¿Qué letras? Las letras de las canciones. Sus canciones apenas tienen letra. ¿Por qué? Son demasiado jóvenes para tener algo que contar: en realidad (más allá de la terapéutica del grito) no tienen absolutamente nada que decir)." (Pág. 262)

En Te quiero porque me das de comer (y en la mayoría de novelas de Llorente) diferenciamos entre dos tipos de personajes: la víctima y el verdugo. Por lo general, las víctimas son extorsionadas hasta convertirse en verdugos que no presentan ningún tipo de empatía. Su situación se estanca hasta el fondo y caen en una vorágine de difícil escapatoria. Se han convertido en seres sin alma y ese, es el principio de las miserias humanas. 

Aunque apretemos la mandíbula y se nos compriman las vísceras habremos disfrutado del recorrido de una historia tremebunda y llena de asperezas, recogiendo (entre otras cosas) pequeñas frases que parecen ser perlas de nácar en las profundidades del océano.

"Es la música de los que esperan, es la música de los que sueñan, es la música (en definitiva) de los que aprendieron a engañarse a si mismos para sobrevivir". (Pág 280)

"Se imaginó que ese hombre le daba lo que él no le podía dar: la impagable libertad de no tener que esconderse". (Pág. 50)

"El sol envía sus destellos de oro, como si, antes de que dé comienzo la batalla estuviera ya coronando al ejército vencedor." (Pág. 320)

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